Lee aquí la reseña de El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza, obra ganadora del Premio Pulitzer 2024El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza

Hace tiempo escribí la reseña del libro El invencible verano de Liliana de la escritora mexicana y ganadora del Premio Pulitzer 2024 Cristina Rivera Garza. Por eso hoy te dejo las 93 frases que más me impactaron de este libro.

  • Es capaz de acoger a cualquiera, esta ciudad. También es capaz de matar a cualquiera. Pródiga y malsana al mismo tiempo, acumulativa, aparatosa.
  • A veces es necesario un poco de silencio para que las palabras se junten todas sobre la lengua y, ya reunidas, se atrevan a saltar al mismo tiempo.
  • ¿Cómo se escribe una petición así? ¿Dónde se enseñan los protocolos para solicitar un documento de esta naturaleza?
  • Un paso tras otro. Una palabra. Muchas más. Si no es porque perseguimos el expediente de una joven mujer asesinada esto podría confundirse con un paseo entre semana.
  • Uno siempre da vueltas dentro de un óvalo Uno siempre es un caballo corriendo por su vida.
  • Es fácil amar una ciudad donde todo pasa al mismo tiempo.
  • Mujeres siempre a punto de morir. Mujeres muriendo y, sin embargo, vivas.
  • Somos otras y somos las mismas siempre. Mujeres en busca de justicia.
  • La amabilidad de los burócratas es apabullante.
  • El documento, con fecha del 16 de octubre, es únicamente una hoja solitaria donde se listan las tres instancias que podrían tener o no tener, o haber tenido, el expediente que busco.
  • Lo recuerda porque es muy inusual que alguien busque un documento de hace tantos años. ¿Si sabe eso?, me pregunta. ¿Saber qué? Que es todavía más inusual que lo encuentre.
  • Pasan tantas cosas en treinta años. Pasa la muerte, sobre todo. No deja de pasar. La muerte de miles y miles de mujeres. Sus cadáveres aquí, rondando.
  • Estamos siempre en el mismo punto del inicio: los pies adheridos a un duro pegamento hecho de duelo y de culpa mientras el cuerpo se estira, horizontal, hacia un asomo de secuencia.
  • Nadie le creyó. O, mejor dicho, sólo le creyeron los que siempre creen que las mujeres asesinadas son culpables de la violencia que las mató.
  • Araceli Osorio lo repitió tantas veces como fue necesario: la única culpa de Lesvy había sido ser mujer.
  • El 4 de octubre es el día en que nació mi hermana.
  • Todo en este día parece ser un mensaje cifrado: una pequeña caja de Pandora de la que surgen fantasmas, citas, alucinaciones. Dagas.
  • ¿Se puede ser feliz mientras se vive el duelo? La pregunta, que no es nueva, surge una y otra vez durante esa eternidad que es el quebranto.
  • Quiero tener todos los documentos de esta jornada. Todos los oficios de todas las jornadas que me aguardan en el futuro.
  • Un río también es una fosa.
  • Aquí falleció mi hermana. Me corrijo: aquí la asesinaron.
  • Aquí, o cerca de aquí, se expidió la orden de aprehensión contra Ángel González Ramos, el hombre al que nunca apresaron.
  • A gran parte de los feminicidios que se cometieron antes de esa fecha se les llamó crímenes de pasión. Se le llamó andaba en malos pasos. Se le llamó ¿para qué se viste así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamó algo debió haber hecho para acabar de esta forma. Se le llamó sus padres la descuidaron. Se le llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía.
  • A veces toma treinta años decir en voz alta, decirlo en voz alta ante un empleado del sistema de justicia, que uno busca justicia.
  • Lo vamos a tirar, decimos al unísono, entrechocando los vasos. Las burbujas. El sonido tan celebratorio. Al patriarcado lo vamos a tirar.
  • Y te arropamos en nuestro silencio, resignados ante la impunidad, ante la corrupción, ante la falta e justicia. Solos y derrotados. Solos y desechos. Triturados.
  • La infancia termina con un beso.
  • Mientras mi hermana menor daba su primer beso, yo entraba a la universidad.
  • Siempre estuvieron ahí, voluminosas y alineadas, en la parte superior del clóset. Siete cajas de cartón y unos tres o cuatro huacales de color lavanda.
  • ¿Qué se hace con los objetos de los muertos?
  • Por treinta años estuvieron ahí, a la vista, pero no al alcance.
  • Una muchacha desorientada, presa del maltrato cotidiano de un depredador. Una mujer acaso demasiado libre. Una nadadora disciplinada. Una joven confundida dispuesta a probarlo todo. Una niña buena y dócil, ciega ante el peligro. Una mentirosa. Una estudiante ejemplar. Una inocente. Una amiguera. Una mujer llena de amor. Una descuidada. Alguien con pasado.
  • Llamar a las cosas por su nombre requiere, a menudo, de inventar nuevos nombres.
  • Si Liliana hubiera contestado las preguntas de esa prueba a inicios del verano de 1990, se habría dado cuenta de que estaba en peligro de muerte.
  • Liliana era, con mucho, la verdadera escritora de la familia.
  • Liliana escribió asiduamente hasta el último día de su vida.
  • La última ocasión en que tomó su pluma de tinta morada fue el 15 de julio de 1990, a las 10:30 de la mañana. Dieciocho horas después, de acuerdo con su certificado de defunción, Liliana dejó de respirar.
  • Mi padre firmó su primer contrato de trabajo como investigador un 16 de julio de 1974, exactamente dieciséis años antes del feminicidio de mi hermana.
  • Ensayar la pantomima de nuestro sarcasmo juntas, nos volvía más hermanas que hermanas: cómplices.
  • Tal vez no existan en el mundo cartas de amor más ardientes que las que se hacen llegar, ya por correo o ya en persona, las adolescentes.
  • Pero las muchachas escribían cartas sobre todo para hablar de amor y, más específicamente, del amor que sentían por los muchachos.
  • Avanzaban a tientas en un territorio nuevo: el amor era el otro nombre del deseo.
  • La primera vez que Liliana escribió el nombre de Ángel González Ramos fue un domingo, 10 de junio de 1984.
  • El afán de escribir y el afán de archivar aparecieron al mismo tiempo. Por eso es posible saber que justo en pleno verano, apenas un par de meses después en agosto, mientras Liliana hacia preparativos para sus vacaciones largas la situación con Ángel había dado un vuelco.
  • Ángel dejó de ser la causa de risas y tranquilidad y, muy por el contrario, y por razones que Liliana nunca mencionó explícitamente, Ángel ahora sólo le provocaba enojo y hartazgo.
  • La capacidad del lenguaje para descubrir y encubrir al mismo tiempo.
  • Hay una forma de querer que le choca, de la que huye, y ante la que se resiste.
  • Nos enojábamos, como todas las hermanas. A mí me desesperaba que, de muy niña, Liliana me siguiera de cuarto en cuarto cuando yo quería estar sola.
  • La pelea más grande que tuvimos fue acerca del amor.
  • Lo que sí se, lo que sí recuerdo claramente, es lo que dice entonces, con mucha calma: es que tú no sabes amar.
  • Todavía no sé que estoy escribiendo mi primer libro cuando Liliana, desde la base del asiento de un auto, me asegura que yo no sé amar.
  • Nunca dudé del amor de Liliana. Nunca dudé, quiero decir, que Liliana me amara a mí.
  • Siempre me sentí protegida en el mundo porque sabía, estaba cierta de que pasara lo que pasara, al final de todo, Liliana siempre me querría.
  • No tenía un centavo, pero empezaba a gozar de una libertad que significaba estar fuera del contro de mis padres.
  • Desde que empezamos a crecer, tanto Liliana como yo pactamos un acuerdo tácito de evitar la historia de la historia de la sexualidad y la historia del amor.
  • Nos obsesionaba la libertad: la libertad de amar, la libertad de gozar, la libertad de ir de un lado a otro.
  • Liliana y Ángel se llevaban sólo dos años de esas, pero vivían en mundo completamente distintos. A Liliana debió interesarle cierta aura de autonomía y peligro que despedía a su paso.
  • Se daba perfecta cuenta cuando atraía la mirada de algún chico, y se regocijaba con la atención.
  • La sorpresa que la tarjeta guardaba en sí no era amor, sino ese yo enorme y prepotente que cubría casi en su totalidad el espacio rectangular del papel.
  • Ella debió haberse sentido especial. El debió haberse sentido realizado.
  • Pero este tiempo de no estar con ustedes me está saliendo muy caro, precisamente por eso, por no estar allá y poder apoyarlas más de cerca y estar viéndolas.
  • Soñaba que la asesinaban y, al despertar con la respiración entrecortada, el sudor sobre la frente, y una pesada presión sobre el pecho, descubría que la realidad era peor: Liliana no estaba conmigo. Liliana tenía treinta años bajo tierra.
  • Colocamos platos base de color dorado sobre la mesa, las servilletas de lino, y sacamos la mejor vajilla para comer tacos al pasto.
  • Por primera vez hablamos sobre ella en oraciones completas. Contra lo que esperaba, ninguno de nosotros se echó a llorar. Ninguno cayó de rodillas, a punto de desfallecer.
  • A las doce en punto nos colocamos, una a una, las doce uvas en la boca. El deseo era el mismo: que se haga justicia.
  • Vivir en duelo es esto: nunca estar sola.
  • ¿Qué es lo que se prende en el cerebro cuando creemos que de un minuto a otro aparecerá frente a nosotros lo que perdimos hace todo el tiempo?
  • Su sentido del humor era más llamativo que su belleza: se burlaba de todos y de ninguno de una forma festiva y ligera; su sarcasmo era muy fino, muy puntiagudo, y daba en el blanco. Liliana era una chica especial.
  • Siempre estaba leyendo algo: novelas, poesía, cuentos.
  • Siempre había una fanfarria festiva, muy ligera, alrededor de sus actos, como si tuviera un gusto grande de estar viva.
  • A veces la miraba caminar por los pasillos de la escuela y murmuraba para mí: allá va una mujer libre.
  • Juntas nos convertimos ciudadanas, votando por primea vez en las elecciones del 16 de julio de 1988, cuando todos creíamos que Cuauhtémoc Cárdenas desbancaría al PRI, al menos en la Ciudad de México.
  • Eso hacíamos mucho juntas: reír. Nos reíamos de nosotras mismas y nos reíamos de los demás.
  • Liliana es el nombre que le di a mi libertad.
  • Un lunes Lilia llegó caminando con dificultad a la escuela.
  • Ya me había confiado antes que, desde que había comenzado la universidad, Ángel se había vuelto más celoso que de costumbre.
  • A Liliana le preocupaba que él se sintiera menos que ella. Ese era su carácter: le preocupaba siempre el dolor de los demás.
  • Porque luego los hombres se creen que una es su posesión, dijo. Y yo no voy a lidiar con eso. Eso no va conmigo.
  • Tenía esa capacidad de saber con certeza lo que nosotros apenas avizorábamos de nosotros mismos.
  • La arquitectura influía dentro de ella, no era algo intuitivo, sino más bien orgánico.
  • De hecho, llorábamos de la risa y, a través de esas lágrimas de alegría, la vi justo ahí, en el centro de nuestra atención: la líder de nuestro grupo, sin duda; no sólo la más lista sino también la más centrada y la más madura entre nosotros. Siempre tan cábula.
  • Liliana era clavadísima con la arquitectura, y era buenísima también.
  • Medio filósofa, medio escritora, medio loca: siempre anotando cosas y nos llenaba de recaditos. Se notaba que le gustaba escribir.
  • Era una chava súper detallista: nos sorprendía con cartas, recados, dibujos. Tenía una letra envidiable, muy única, como toda ella.
  • Un día, el 13 de enero, me hizo una pastelito para mi cumpleaños.
  • Decía que, después de la carrera, quería irse a Inglaterra, con Ana.
  • Me entregó un papelito: En lo más crudo del invierno aprendí que existe en mí un invencible verano. Esto es tu invierno, añadió. Y pasará. No llores por nadie.
  • Decía, por ejemplo, que la Biblia era un libro de historias divertidas y que el noviazgo nada más era una manera de disfrazar el afán de posesión de los chavos.
  • Liliana siempre tenía esa cualidad: dejarme sin habla.
  • Conoció a Ángel cuando entró a la preparatoria. No le cayó bien al principio, pero la hacía reír con un montón de tonterías.
  • Pero Ángel era muy celoso. Le hacía panchos por cualquier cosa.
  • Su mundo, el de ella, estaba dando un vuelco. Y el de él seguía siendo más o menos el mismo.
  • Lo que sí me acuerdo es que era una relación de la que ella quería salirse, pero no podía.

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