En su novela La cabeza de mi padre, la escritora mexicana Alma Delia Murillo nos invita a recorrer un viaje emocional y existencial. A través de una narrativa profundamente honesta, la autora reconstruye su historia personal tomando como eje central la búsqueda de su padre, quien abandonó a su familia hace casi 40 años.
Una historia sobre la ausencia paterna y la memoria emocional
Murillo se expone desde múltiples aristas: hija, mujer, escritora. A lo largo del libro, mezcla sus reflexiones sobre la figura paterna con recuerdos de infancia marcados por el abandono. La rabia y el dolor que la acompañaron en su niñez, con el paso del tiempo y la madurez, se transforman en comprensión y amor resignificado.
Una infancia sin padre y la violencia que marca
La autora también relata con valentía los años que vivió junto a su madre y sus hermanas, en los que enfrentaron acoso, vulnerabilidad, y una constante sensación de inseguridad. Pero dentro de ese contexto hostil nace algo luminoso: la fuerza del núcleo familiar femenino, la sororidad que se construye en la intimidad del hogar entre mujeres que resisten.
Una mirada crítica al México del abandono, el narco y la desigualdad
La novela va más allá del testimonio personal. Murillo lanza una crítica certera a las heridas estructurales del país:
- La ausencia paterna en México, donde millones de familias crecen sin una figura masculina presente.
- La normalización de la violencia del narco.
- El machismo sistémico y la precariedad que afecta principalmente a mujeres y niños.
Al entrelazar su búsqueda con estadísticas y experiencias colectivas, la autora convierte su historia en una denuncia social, sin perder nunca su tono íntimo. Su narrativa recuerda al México fantasmal de Rulfo, donde los ecos de la ausencia resuenan como en Pedro Páramo llegando a Comala: un territorio desolado lleno de preguntas sin respuesta.
Una novela valiente, necesaria y profundamente mexicana
La cabeza de mi padre es una obra que conmueve, interpela y nos obliga a mirar de frente las heridas que arrastramos como país y como personas. Es, al mismo tiempo, un acto de memoria, una búsqueda de justicia emocional y un grito de esperanza desde la experiencia femenina.