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Portada del libro El lugar sin limites del autor chileno José DonosoPortada de El lugar sin límites de José Donoso

Hace un tiempo escribí la reseña sobre El lugar sin límites (Debolsillo, 2023) del autor chileno José Donoso. Por eso ahora te comparto una lista con las 20 mejores frases que me encontré en esta novela.

  • La Manuela despegó con dificultad sus ojos lagañosos, se estiró apenas y volcándose hacia el lado opuesto de donde dormía la Japonesita, alargó la mano para tomar el reloj.
  • Ahora, toda la gente decente le tiene pena a la Japonesita, tan rara la pobre.
  • Los ojos de loza de Don Alejo sostuvieron la mirada negra de Pancho, obligándola a permanecer fija bajo las pestañas sombrías.
  • Yo no le debo nada. Había trabajado de chico como tractorista, y después aprendió a manejar el auto, a escondidas, robándoselo a Don Alejo con los nietos del caballero que eran de su misma edad… Nada más. Lo único que le debía era que aprendió a manejar.
  • La piltrafa sanguinolenta voló y los perros saltaron tras ella y después los cuatro juntos cayeron hechos un nudo al suelo, disputándose el trozo de carne caliente aún, casi viva.
  • Bajo las manos de su padre que le rozaban la cara de vez en cuando, el recuerdo agarrotó a la Japonesita.
  • Fue todo culpa de la Japonesa Grande que lo convenció; que se iban a hacer ricos con la casa, que qué importaba la chiquilla, y cuando la Japonesa Grande estaba viva era verdad que no importaba porque a la Manuela le gustaba estar con ella… pero hacia cuatro años que la enterraron en el cementerio de San Alfonso porque este pueblo de porquería ni cementerio propio tiene y a mí también me van a enterrar ahí, mientras tanto, aquí se queda la Manuela.
  • Porque cuando la Japonesita le decía papá, su vestido de española tendido encima del lavatorio se ponía más viejo, la percala gastada, el rojo desteñido, los zurcidos a la vista, horrible, ineficaz y la noche oscura y fría y larga extendiéndose por las viñas, apretando y venciendo esta chispita que había sido posible fabricar en el despoblado, no me digái papá, chiquilla huevona. Dime Manuela, como todos.
  • Era una de esas noches en las que la Manuela hubiera preferido irse a acostar, doblar el vestido, tomar una cápsula, y después ya, otro día.
  • Le pusieron una jarra de vino, del mejor, al frente, pero no lo probó. Mientras hablaba, la Japonesita se sacó una de las horquillas que sostenían su peinado y con ella se rascó la cabeza.

Lee aquí la reseña de El lugar sin límites de José Donoso

  • Las putas dejaron de murmurar en el rincón y miraron a la Japonesita como esperando una sentencia. Ella se arrebujó con su chal rosado, haciendo un movimiento de negación con la cabeza, muy lento, muy definitivo, que la Manuela conocía.
  • Aquí se quedaría rodeada de esta oscuridad donde nada podía suceder que no fuera una muerte imperceptible, rodeada de las cosas de siempre.
  • La Japonesita comenzó a hablar sin mirar a la Manuela, escudriñando los carbones encanecidos. Al principio parecía que sólo estuviera canturreando o rezando, pero después la Manuela se dio cuenta de que le estaba hablando a él.
  • Las mujeres del pueblo se pusieron de acuerdo de no protestar por tener que quedarse en sus casas esa noche, sabiendo perfectamente que todos los hombres iban donde la Japonesa.
  • La Manuela tomo el asunto de la decoración en sus manos: tanta rama no, dijo, las hermanas Farias son demasiado gordas y con tanta harpa y guitarra y además las ramas no se van a ver.
  • No recordaba haber amado nunca tanto a un hombre como en este momento estaba amando al diputado Alejandro Cruz.
  • Cuando por fin les dieron la mano para que ambos subieran a la orilla todos se asombraron ante la anatomía de la Manuela.
  • Pancho se estremeció con las palabras de su cuñado: don Alejo lo miró a punto de preguntarle qué quería decir con eso, pero no lo hizo, y comenzó a contar los billetes que Octavio le entregó.
  • Que la Japonesita grite allá adentro. Que aprenda a ser mujer a la fuerza, como aprendió una.
  • Hasta cuándo. Hasta cuándo. Que se muriera. A él qué le importaba, que se fuera a la mierda él y su digna esposa.

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