Una de las cosas que más me ha llamado la atención en la literatura latinoamericana es que los textos escritos por mujeres me parecen menos llenos de florituras y más reales. Más crudos. Incluso, me hace pensar en aquel texto de Elvira García que da presentación al libro Ellas, tecleando su historia (Grijalbo, 2012) en el que escribe:
Hoy, las tareas y opiniones de las mujeres no solo constituyen noticia cotidiana en los espacios mediáticos. También son las féminas quienes están haciendo el mejor periodismo de México.
Y sí, desde mi perspectiva eso es verdad, basta con leer obras como las que ha entregado Marcela Turati, Daniela Rea, Ana Lilia Pérez o Lydiette Carrión.
Y en la ficción está pasando lo mismo con las obras de Fernanda Melchor, Cristina Rivera Garza, Didí Gutiérrez, Bibiana Camacho o Laia Jufresa, de quienes he leído una buena parte de sus obras.
Pero, no me quiero desviar del tema central del que quiero escribir el día de hoy. Cuando leí Ellas, tecleando su historia, en el prólogo de Miguel Ángel Granados Chapa, escribió que fue Elvira García la única persona a la que Guadalupe (Pita) Amor le permitió escribir su biografía.
Y justo, leyendo su biografía y el apoyo de las benditas/malditas redes sociales descubrí que se había reeditado el único libro de cuentos de esta autora: Galería de Títeres (Lumen, 2024). Por lo que me di a la tarea de comprarlo y leer. Por eso hoy escribiré sobre La confesión, el primer cuento de este libro.
En este cuento conocemos a una mujer, de la que no sabemos y tampoco nos interesa conocer el nombre porque bien podría ser cualquiera. Tú, yo, o nuestras madres.
Esta mujer se encuentra en el confesionario, ese lugar en el que los padres abren la línea directa con Dios para contar nuestros pecados, recibir nuestra penitencia y marcharnos a seguir pecando, sabiendo que siempre podemos volver para purificarnos.
Dentro de este espacio, le cuenta al padre algo que posiblemente no sea un pecado, pero que sí considera como un detonante para que peque. Confesándole así al clérigo que se ha dado cuenta que cuando come de más o a deshoras ella se pone reflexiva y tal vez incluso filósofa, llegando a un grado tal que duda de la existencia de Nuestro Señor.
Lo que pone al Sacerdote en una posición comprometedora, porque por una parte habla de que peca de gula, pero por otra parte, ¿de qué podría pecar si duda de aquello que creó los mandamientos? Con lo que comienza con el padre una conversación acalorada.
Conversación que avanza hasta llegar a discusión y en la que esta mujer, como gran parte de las mujeres que se encuentran cada ocho días en la Iglesia muestra la peor de sus caras. No contra el padre, sino contra todo aquello que la rodea: mostrando su clasismo y cómo cree que es un ente superior.
¿Es acaso que incluso antes de la confesión comió de más y por eso se desahoga de esa forma con el padre?
Sin duda una obra que en su momento, según el prólogo de este volumen, no fue del agrado de la sociedad mexicana. Pero, seamos sinceros, ¿cuándo aquello que durará por siempre entra en el agrado de la sociedad y momento histórico en el que se produce?
Mostrando así porque Guadalupe (Pita) Amor fue considerada como la undécima musa, con textos brillantes y frescos hasta nuestros días. Como escribí al inicio de este texto: con menos florituras y más reales…