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Portada de la novela La felicidad de los perros del terremoto de Gabriel Rodríguez Liceaga en editorial Random HousePortada La felicidad de los perros del terremoto de Gabriel Rodríguez Liceaga

La semana pasada escribí la reseña de La felicidad de los perros del terremoto (Random House, 2019) del escritor mexicano Gabriel Rodríguez Liceaga. Por eso ahora te comparto una lista con las 20 mejores frases que me encontré en esta novela.

  • Los mercadólogos a su cargo le llaman a Sergio Romo, Sergio “Promo”, por su incapacidad de vender un champú sin que esto implique obsequiar boletos gratis para ver a la Selección Mexicana contra Trinidad y Tobago.
  • Las enfermeras se alarman. Los flashazos fotográficos a la distancia se han multiplicado. Son cientos. No quiere morir. No quiere morir. Pero si así fuera, sus últimos días fueron los más bananas.
  • No todo fue furor creativo. Lo atosigaron gachos insomnios, sudor de fiebre, alucinaciones a propósito de la quietud que lo rodeaba.
  • En casa, es decir en el cuartucho de hotel, retomaba su escritura. Le tomaba horas enteras concentrarse en una línea. Las tres, cuatro y cinco de la madrugada lo sorprendían escribiendo.
  • Aquel hombre había escrito una novela fragmentada en cientos de correos electrónicos enviados a mujeres con el seudónimo improbable de Emiliano Zapata.
  • Adentro todos estaban expectantes, incluso los metaleros recién llegados a quienes les castañeaban los dientes con violencia. Las patas de cangrejo eran ignoradas en la mesa. Las chelas por suerte no se calentarían.
  • En el camino de regreso a Kodiak comieron en una cabaña. En medio de la carretera y al lado de un bosque ciertamente despeinado. No había más clientes que ellos.
  • Luis leyó la noticia de primera plana en la selección Local. Uno de los habitantes más jóvenes de Kodiak se había suicidado hace ya varios días pero apenas en la víspera fue encontrado su cuerpo, colgado del candelabro en la recepción de la casa que rentaba.
  • Sin embargo, no fui yo quien te engendró, Lucas, fuimos todos. El tiempo no es sino la incapacidad humana de comprender la eternidad.
  • Civilizaciones enteras fueron fundadas así: con dos amantes dándose el avión.

Lee la reseña de La felicidad de los perros del terremoto de Gabriel Rodríguez Liceaga

  • Luis se frena. Observa a Mónica a los ojos. La besa en la frente. Es una niña. Siente la mano de ella acariciándole los huevos por encima del pantalón.
  • Los dos pelirrojos están recostados, muy cerca uno del otro y besándose cada vez con mayor fruición. Sus manos debajo de la ropa palpan sin paciencia. Se asoma un pezón sólo para volver a arroparse. Por lo pajizo de sus cabellos parece que acabaran provocando una fogata.
  • Luis y Mónica se sientan en un tramo de césped con vistas al golfo de Alaska, agua sumisa con la piel chinita, olas tan chaparras como entumecidas.
  • Luis Pastrana nació en una tierra despiadada en la que, por una necia maldición, a veces es de día y otras de noche.
  • Es verdad eso que leyó por ahí: la verdadera velocidad de la vida es arriba de una bicicleta.
  • Te escribe Emiliano Zapata. En efecto, me llamo igual que el sanguinario líder revolucionario pero eso no es algo en lo que tengamos que detenernos mucho.
  • Oigan, ¿y si mandamos a Biuti Full a darle un concierto a los esquimales? Voten aquí.
  • Habremos encontrado el final de internet el día en que absolutamente todos estemos conectados al mismo tiempo.
  • La ejecutiva de cuentas tiene nombre. Se llama Ágata. De hecho, incluso tiene cara de Ágata. Sabemos poco a nada de ella, pero eso se resuelve fácilmente. Revisemos su Facebook.
  • Todos tenemos derecho a amarnos, pero sólo Romeo y Julieta trascienden en el tiempo.

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