fbpx
Portada del libro La perra de Pilar QuintanaPortada de La perra de Pilar Quintana

Hace algún tiempo recordaba quién fue la primera persona de mi círculo de conocidos que se embarazó. No tardé mucho en recordar que había sido una compañera de secundaría (es decir, cuando teníamos alrededor de 15 años). A lo que inmediatamente hice memoria tratando de recordar cuál era mi postura en ese momento: ¿quería tener hijos?, ¿los querría a esa edad o más grande?, ¿cuántos hijos querría?, ¿les pondría algún nombre en específico? 

Con el paso de los años las respuestas fueron llegando por sí solas. De entrada no quería tener hijos tan joven y existía (o aún existe) la posibilidad de que no quiera hijos nunca.

Pero, fue cuando nació mi primera sobrina cuando me pregunté, qué pasaba con aquellas mujeres que deseaban traer al mundo una vida en conjunto de su ser amado y no podían, y el universo o dios les quitaban la posibilidad de conocer esa experiencia. ¿Qué hacían las mujeres con todo ese amor y deseo que cargaban durante años, a dónde se iba, en qué lo canalizaban? 

En la universidad, mientras estudiamos la materia de Procesos Sociales de Significación, la profesora nos dejó como trabajo analizar la obra Yerma de Federico García Lorca, aquel poeta y dramaturgo español perteneciente a la generación del 27.

En ella García Lorca aborda de manera magistral la pelea interna de la protagonista por este deseo (intrínseco o no) de ser madre, y es en una oración de dicha obra que el autor menciona: “Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos y cuando no los tiene se le vuelven veneno, como me va a pasar a mí”. Con esto, me acercaba más a la respuesta qué buscaba sobre qué sienten y piensan aquellas mujeres que no pueden concebir.

Pero fue hace algunos días que me encontré con otra perspectiva de esta misma temática, una perspectiva actual, por decirlo de alguna forma, en el libro La perra (Alfaguara, 2023) de Pilar Quintana.

En esta novela conocemos a Damaris, una mujer afrodescendiente que vive cerca del poblado Buenaventura en la costa del pacífico colombiano. Ella vive con Rogelio, en un “pueblo” que consta de pocas casas y se encuentra en un acantilado, en el que en varias ocasiones el mar se ha llevado a personas, para devolverlas muertas. 

Damaris es una mujer robusta que junto a Rogelio buscaron en su juventud que ella quedará embarazada, pero a pesar de diversos intentos y de diversos métodos: hierbas, ungüentos, brebajes, curanderos, “doctores”, no lograron tener hijos.

Llevando así su relación a un punto en el que comparten hogar pero no comparten cama y peor aún hace tiempo que dejaron de compartir la compatibilidad de sus cuerpos.

Y es aquí donde la autora nos presenta la resignación, la pérdida de la esperanza, aceptar las miradas de familiares o amigos y conocer la envidia en el momento que alguna conocida le cuenta que está embarazada. 

Así es como llega Chirli a su vida, una perra mestiza con apenas unos días de vida que ha perdido a su madre gracias al envenenamiento. Damaris lleva a Chirli a su casa y la cuida como cuidaría a su hija (tanto que Chirli sería el nombre que tenían contemplado ella y Rogelio para su primogénita).

La perra se cría, como una relación humana, a través de su adoptante, quien le enseña a comer, a cómo tomar leche, le muestra el lugar en el que debe hacer sus necesidades; creando un vínculo especial entre ellas. 

Su familia, no lo ve con buenos ojos. Para ellos consentir tanto al animal sólo generará problemas a la larga. Cosa que sucede a partir de que Chirli se va al monte, acompañado de los otros perros de Rogelio. Desapareciendo por treinta y tres días, para regresar hecha un estropajo, con una herida. 

Mostrando con mayor fuerza la relación maternal que tenía Damaris con ella, hace todo lo posible para que no vuelva a escapar. Pero, Chirli, quien es libre y no entiende sobre este mundo humano en el que todo es apego, comienza a irse constantemente, hasta el día en el que vuelve sólo para que Rogelio se de cuenta que está embarazada. 

Qué irónico, qué trágico y qué envidia que aquel animal que Damaris adoptó como apoyo a su incapacidad de tener hijos llegase ahora con la noticia de que ella será madre.

Creando así una ruptura en Damaris que nos muestra, tal vez, como se cumple esa frase de García Lorca en Yerma. Alejando a la “madre e hija” tal vez para siempre. Abriendo un abismo entre ellas que posiblemente no pueda volverse a unir. 

Con una selva y un mar agresivos, cambiantes e inestables como el comportamiento humano Pilar Quintana nos muestra esos sitios escondidos en la maternidad, esos deseos e impulsos que sólo este estado es capaz de generar. Una obra que en pocas páginas nos lleva a conocer el comportamiento, la libertad, y las enseñanzas que puede darnos una sola perra. 

Mira aquí una breve reseña de La perra de Pilar Quintana

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *