Portada del libro Los recuerdos del porvenir de la escritora mexicana Elena Garro en editorial AlfaguaraPortada del libro Los recuerdos del porvenir

La semana pasada escribí sobre Los recuerdos del porvenir (Alfaguara, 2024) de la escritora mexicana Elena Garro. Por eso ahora te dejo las 64 frases que más me cautivaron de esta novela.

  • Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Solo mi memoria sabe lo que encierra.
  • Yo solo soy memoria y la memoria que de mí se tenga.
  • Allí no corre el tiempo: el aire quedó inmóvil después de tantas lágrimas.
  • Cuando el general Francisco Rosas llegó a poner orden, me vi invadido por el miedo y me olvidé del arte de las fiestas.
  • ¡Es difícil tener hijos! Son otras personas…
  • Para él, los días no contaban de la misma manera que contaban para los demás. Nunca se decía: “el lunes haré tal cosa”, porque entre ese lunes y él había una multitud de recuerdos nos vividos que lo separaba de la necesidad de hacer “tal cosa el lunes”.
  • De niño pasaba largas horas recordando lo que no había visto ni oído nunca.
  • Si las criadas encendían la lumbre en la cocina, el olor del ocote quemado abría en sus otros recuerdos unas visiones de pinos y el olor de un viento frío y resinoso subía por su cuerpo, hasta hacerse consciente en su memoria.
  • Después de la cena, cuando Félix detenía los relojes, corría con libertad a su memoria no vivida.
  • De muy pequeño, cuando su padre lo sentaba en sus rodillas, lo inquietaba oír los latidos de su corazón, y el recuerdo de una tristeza infinita, la memoria tenaz de la fragilidad del hombre, aun antes de que le hubieran contado la muerte, lo dejaba transido de pena, sin habla.
  • A Isabel le disgustaba que establecieran diferencias entre ella y sus hermanos. Le humillaba la idea de que el único futuro para las mujeres fuera el matrimonio.
  • Casi todos ellos se habían unido a la rebelión zapatista y después de unos breves años de lucha, habían vuelto diezmados e igualmente pobres a ocupar su lugar en el pasado.
  • Había dos Isabeles, una que deambulaba por los patios y las habitaciones y la otra que vivía en una esfera lejana, fija en el espacio.
  • El señor guardó silencio. “Martín estás en las nubes” era una frase que le repetían cada vez que cometía un error. Pero, ¿acaso violentar la voluntad de sus hijos no era un error más grave que el perder un poco de dinero?
  • En las habitaciones de muros de piedra reinaba un orden despiadado y campesino.
  • La inesperada presencia de su marido, acompañado del extranjero, la turbó y le produjo una especie de vértigo momentáneo: como si toda su soledad y el orden acumulado durante años hubiera sido roto.
  • El joven se presentó bajo el nombre de Felipe Hurtado y depositó su maletín sobre una mesita.
  • Muy temprano, el extranjero despertó sobresaltado. Una multitud de gatos cayó sobre su cama; los dueños de la casa habían olvidado advertirle que en “el jardín de los animalitos” vivían cientos de ellos y que a esa hora, famélicos, bajaban por los tejados para dirigirse al lugar donde los criados colocaban las cazuelas con leche y los trozos de carne.
  • Hay veces que los caprichos conducen la hombre a la locura.
  • Las palabras eran peligrosas porque existían por sí mismas, y la defensa de los diccionarios evitaba catástrofes inimaginables.
  • En esos días era yo tan desdichado que mis horas acumulaban informes y mi memoria se había convertido en sensaciones.
  • La inercia de esos días repetidos me guardaba quieto, contemplando la fuga inútil de mis horas y esperando el milagro que se obstinaba en no producirse.
  • El porvenir era la repetición del pasado.
  • Las señoras enmudecieron: sus vidas, sus amores, sus camas inútiles desfilaron deformadas por la oscuridad y el calor inmóvil.
  • Tomás Segovia se esforzó por ensartar frases brillantes como cuentas, pero ante el silencio de sus amigos, perdió el hilo y las vio rodar, melancólico, por el suelo y perderse entre las patas de las sillas.
  • Él era el culpable de la anarquía que había caído sobre el país
  • Hubo un momento, cuando Venustiano Carranza traicionó la Revolución triunfante y tomó el poder, en que las clases adineradas tuvieron alivio. Después, con los asesinatos de Emiliano Zapata, de Francisco Villa y de Felipe Ángeles, se sintieron seguras.
  • Los arrieros lo encontraban cerca del Naranjo, caminando o sentado en una piedra, con un libro en la mano y la cara afligida por un pesar que no le conocíamos.
  • Él no tenía memoria. Antes de Julia, su vida era una noche alta por la que él iba a caballo cruzando la Sierra de Chihuahua.
  • “La memoria es la maldición del hombre”, se dijo y golpeó el muro de su cuarto hasta hacerse daño.
  • “La memoria es invisible”, se repitió con amargura.
  • Callados, bebían sus refrescos y arrimaban sus sillas para cerrar el círculo y sentirse menos solos en la noche inhóspita.

Lee aquí la reseña de Los recuerdos del porvenir de Elena Garro

  • Nada más fácil entre mi gente que esa rápida aparición de la pena. A pesar de las trompetas y los platillos que estallaban dorados en el kiosco, la música giró en espirales patéticas.
  • Un arriero entró al pueblo. Contó que en el campo ya estaba amaneciendo y al llegar a las Trancas de Cocula se topó con la noche cerrada. Se asusto al ver que solo en Ixtepec seguía la noche.
  • Y caminábamos los días que ya no eran nuestros.
  • Del general solo quedaban sus paso tambaleantes, estrellándose contra sus días.
  • Su belleza crecía en nuestra memoria. ¿Qué paisajes andaban mirando aquellos ojos que ya no nos veían?¿Qué oídos escucharían su risa, qué piedras de qué calle retumbaban a su paso, en qué noche distinta de nuestras noches espejeaba su traje?
  • En aquellos días empezaba una nueva calamidad política; las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia se habían vuelto tirantes.
  • Don Roque anunció que antes de la suspensión de los cultos, el señor cura daría la bendición a los que la pidieran y bautizaría a los inocentes que no habían recibido el sacramento.
  • Cuando oscureció, de la Comandancia Militar llegó la orden de desalojar el templo a las doce de la noche. Nos quedaban cuatro horas para despedirnos de un lugar que nos había recibido desde niños.
  • Quería estar en el mundo de los que están solos; no quería llantos compartidos ni familiares celestiales.
  • Andaba muy lejos de su cuarto, caminando un porvenir que empezaba a dibujarse en su memoria.
  • Lejanas llegaron las campanadas de la torre de la iglesia y los Moncada se miraron y esperaron. Unos minutos más tarde se oyeron los primeros disparos; parecían cohetes.
  • Bajo los almendros quedaron las mujeres con las cabezas rotas a culatazos y hombres con las caras destrozadas a puntapiés.
  • En mi larga vida nunca me había visto privado de bautizos, de bodas , de responsos, de rosarios. Mis esquinas y mis cielos quedaron sin campanas, se abolieron las fiestas y las horas y retrocedí a un tiempo desconocido. Me sentía extraño, sin domingos y sin días de semana.
  • Los primeros carteles pegados en las puertas de las casas y del curato. En los carteles estaba el Paño de la Verónica con el Rostro de Cristo y una misteriosa leyenda: “¡Viva Cristo Rey!” También empezaron los balazos nocturnos. Amanecían soldados muertos en el mercado; algunos llevaban en sus dedos engarruñados por la muerte la cuchara de plomo con la que cenaban pozole perfumado de orégano.
  • ¡El hombre es voluble! Se diría que, en un instante, todos olvidaron la iglesia cerrada y a la Virgen convertida en llamas.
  • La fecha esperada por todos se abrió paso entre los días y llegó redonda y perfecta como una naranja. Como ese hermoso fruto de oro permanece en mi memoria, iluminando las tinieblas que vinieron después.
  • La memoria es traidora y a veces nos invierte el orden de los hechos, o nos lleva a una bahía oscura en donde no sucede nada.
  • Su marido se consoló de su cambio de conducta refugiándose en su hija. La veía como si estuviera hecha de lo mejor y de lo peor de ellos mismos, como si la niña fuera la depositaria de todos sus secretos.
  • El juego de la muerte se jugaba con minuciosidad: vecinos y militares no hacían sino urdir muertes e intrigas.
  • ¿Por qué Isabel estaba con el general sabiendo la suerte de sus hermanos? La joven les producía miedo. Asustadas esquivaban un encuentro con ella.
  • Francisco, tenemos dos memorias… Yo antes vivía en las dos y ahora solo vivo en la que me recuerda lo que va a suceder. También Nicolás está dentro de la memoria del futuro…
  • La Patria en eso días llevaba el nombre doble de Calles-Obregón. Cada seis años La Patria cambia de apellido; nosotros, los hombres que esperamos en la plaza lo sabemos, y por eso mañana los abogados nos dieron tanta risa.
  • ¿Y quiénes eran los nuestros, si éramos unos huérfanos a quienes nadie oía? Habíamos vivido tantos años en la espera que ya no teníamos otra memoria.
  • Los oficiales no contestaron; miraron al suelo con pesadumbre y se ajustaron los cinturones. El capitán Flores sacó de uno de los bolsillos de su pantalón una botella de coñac, la pasó a sus compañeros y bebieron un trago.
  • Cumplía con la orden de fusilar a cuatro condenados y salvaba al hermano de Isabel. Nadie podía reprocharle nada.
  • Cuando llega el olvido es que ya acabó la vida, capitán.
  • La muerte los demás es un rito que exige una precisión absoluta. El prestigio de la autoridad reside en el orden y en el despliegue de fuerzas inútiles.
  • Nadie cae; este presente es mi pasado y mi futuro; es yo misma; soy siempre el mismo instante.
  • Al pasar frente a la casa de su tía Matilde, bajó los ojos; allí se quedaban para siempre él y sus hermanos jugando en Inglaterra.
  • “¡Ojalá que en el cielo acepten animales!”, y recordó la triste suerte de los perros callejeros de Ixtepec.
  • ¿Por qué había de matar siempre a lo que amaba? Su vida era un engaño permanente; estaba condenado a vagar solo, dejado de la suerte.
  • Toda la noche la pasó Gregoria empujando a la piedra cuesta arriba, para dejarla a los pies de la Virgen al lado de los otros pecadores que aquí yacen; hasta acá la subió como testimonio del que el hombre ama sus pecados.

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