Portada del libro Aquí no es Miami de la escritora mexicana Fernanda Melchor, libro con el que ganó un premio de periodismo en 2024Portada de Aquí no es Miami de Fernanda Melchor

Veracruz es un estado de la República Mexicana que se destaca por su muelle, siendo éste uno de los más importantes del país. Con, según información oficial del 2022, el ingreso del 30% del total de la carga que manejan, o, al menos, se manejó en ese año, en los puertos mexicanos. Teniendo, además, la antigua cárcel de San Juan de Ulúa, una de las más temidas en su tiempo y donde estuvo prisionero Chucho “El roto”.

Pero, como sucede en diversos sitios del país y como todo en la vida, este estado tiene su lado oscuro, en el que se encuentran asesinatos, desapariciones forzadas; secuestro, tortura y asesinato a periodistas. Lo peor, muchos de ellos, cerrados con cero detenidos. 

Como la desaparición del reportero Moisés Sánchez del semanario informativo La Unión, ocurrido en 2015, durante el gobierno del ahora convicto Javier Duarte. 

Y del que, el entonces Gobernador, se desvinculó afirmando que su muerte estaba ligada a su labor como taxista, porque para él Moisés Sánchez no era periodista. Aunque, a palabras de su hijo Jorge Sánchez, las personas que lo levantaron lo primero que preguntaron fue: “¿dónde está el periodista?”

Otro caso, fue el del fotoperiodista Rubén Espinoza Becerril y la antropóloga Nadia Vera, quienes fueron asesinados en la colonia Narvarte en la Ciudad de México, junto a otras tres mujeres: Mile Virginia Martín, modelo; Yesenia Quiroz, maquilladora y la trabajadora del hogar Olivia Alejandra Negrete, tiempo después de que los dos primeros, Espinoza y Vera, salieran del estado de Veracruz debido a las amenazas y hostigamiento constante por su labor periodística y activismo. 

Además, el estado de Veracruz es uno de los estados con una conexión estratégica con entidades como Tabasco, Chiapas, Oaxaca, Puebla, Hidalgo, San Luis Potosí y Tamaulipas, lo que en la época de la mal llamada “Guerra contra el narco” volvía a éste en un punto crucial para el transporte y distribución de su producto. Lo que llevó a que llegará una de las organizaciones criminales más temidas en la historia del México contemporáneo: aquellos a quienes se les conoce como la última letra, es decir: Los Zetas. 

Aquellos años, del 2006 al 2012, a lo largo y ancho del país se vivieron hechos inéditos. Muchos de ellos documentados por periodistas independientes y posteriormente convertidos en libros. Como lo fueron: Fuego cruzado (Grijalbo, 2012) de Marcela Turati, La tropa (Aguilar, 2019) de Daniela Rea y Pablo Ferri o Verdugos (Grijalbo, 2016) de Ana Lilia Pérez o Narcoperiodismo (Aguilar, 2016) de Javier Valdez. 

Libros en el que sus páginas están llenas de sangre pero también de esperanza, en que en algún momento todo iba a cambiar. Todos ellos con una narrativa periodística impersonal, es decir, en el que ellos no giran en torno al hecho, sino lo ven desde fuera, siendo sus fuentes la parte esencial del texto. 

Pero sí, tomando las notas de su día a día, de Sinaloa, Tamaulipas, Oaxaca, Nuevo León o Ciudad de México. Quedando así, entre tantos, un estado pendiente. Un estado en el que las balaceras, retenes y desaparecidos eran plato de todos los días: Veracruz. 

Tuvieron que pasar 12 años del final de ese sexenio en el que muchos comenzamos a guardar el contacto de nuestro padres y seres queridos con su nombre; o en el que escuchábamos sobre el cobro de piso, la extorsión y demás, para que yo llegará al libro que había abordado justo ese estado, con un estilo personal y cotidiano. Un estilo como si me lo contara mi prima que vive allá, mi amiga que hace tiempo no veo. Ese título es: Aquí no es Miami (Random House, 2023) de la escritora mexicana Fernanda Melchor. Quien me recordó que el periodismo y la literatura no están peleados. Son los puristas quienes los enfrentan. 

En Aquí no es Miami la autora nos muestra la decadencia que ha tenido el estado con el paso de los años. Desde sus años infantiles en los que ella todavía creía que en la playa se podían ver naves espaciales sobrevolando su tierra, hasta el momento en el que Los Zetas era el grupo dominante en el estado. 

El libro está dividido en tres partes: I. Luces; II. Fuego; y, III. Sombras. 

La primera parte: Luces está compuesta por cinco crónicas: La primera: Luces en el cielo, en el que una niña Fernanda Melchor, junto a su hermano, una noche ve luces que sobrevuelan La Playa del Muerto (ahora llamada Playa Los Arcos) y considera que pertenecen a una nave espacial. Lo que produce en la pequeña Fernanda el interés de todo aquello que pudiera hablarle de seres intergalácticos. 

Sin saber que aquello que había visto eran las luces de una avioneta que formaba parte del tráfico irregular en la zona y que había comenzado a darse desde hace algunos años. A tal grado que se dió un enfrentamiento entre policías y ejército (quebranto de instituciones desde esa época) en una pista clandestina. 

La segunda crónica se titula: El cinturón del vicio, en ella conocemos a El ojos un hombre que trabajó como estibador en el puerto de Veracruz, pero, dándose cuenta pronto que con ese trabajo no conseguiría el estilo de vida que quería llevar. Llegando así a comenzar a robar mercancías de las embarcaciones para venderlas en aquellas calles llenas de bares, cantinas y mafiosos llamada El cinturón del vicio. 

Y cómo los más pesados, en aquellos años, de la ciudad se la pasaban en estos locales logrando ganancias millonarias. Incluso, muchos de ellos pasando de vivir en cuartos únicos a residencias con sus hijos en escuelas privadas. Hasta la llegada de nuevas tecnologías y nuevos criminales que acapararon el negocio y que, además, hicieron que está zona de bares se fuera a menos hasta desaparecer. 

La tercera crónica lleva por nombre Aquí no es Miami, de la que se basa el título del libro. En ella la autora nos narra sobre una noche en la que El ojitos (hijo de El ojos, de la crónica El cinturón del vicio) decide cubrir algunas horas en el puerto, ya que tiene objetivos que lo motivan a aceptar este horario. Todo, en un inicio, marcha bien. Hasta que, a mitad de la noche se dan cuenta que del mar salen nueve dominicanos que lo primero que preguntan es si ya llegaron a Miami. A lo que nuestro protagonista es el encargado de darles las malas noticias. Buscando, incluso, la manera de ayudarlos. 

Conforme pasan las horas, que a El ojitos se le hacen eternas, descubre que uno de ellos va hacia Estados Unidos con el único propósito de encontrar al asesino de su padre, asesinado por asuntos de deudas. Mostrando el dominicano su odio y todo lo que sería capaz de hacer por cumplir su objetivo, tocando fibras sensibles en el alma joven de Paco. Lo que lo lleva a no volver a hacer turnos de noche y considerar retirarse de los trabajos en el muelle de una vez y para siempre. 

La cuarta crónica es: Reina, esclava o mujer, una crónica en la Fernanda Melchor nos habla sobre Evangelina Tejeda Bosada, una mujer que mató a sus dos hijos en un ataque de ira, para después enterrarlos en macetas del departamento en el que los tres vivían. Caso que fue amplificado por los medios de comunicación debido a que anteriormente Evangelina había sido reina del carnaval del Puerto de Veracruz. Hecho que le cambió la vida y la indujo a diversas adicciones. 

Contándonos así cómo, en esos años, comenzó la llegada de los narcos al puerto. Y si no era la llegada sí cómo en ese momento se volvieron figuras más públicas y visibles, grupos que con ropa no apta para el tipo de lugares que frecuentaban siempre tenían las mejores mesas y las mejores bebidas. A pesar que estos no bailaran e incluso sólo estuvieran sentados durante todo el tiempo que estaban en el lugar. Quienes pronto conectaron con Tejeda y le ofrecieron drogas, cambiando su vida para siempre. Y mostrándonos que lo peor estaba por venir. 

La quinta y última crónica de esta primera parte es Una cárcel de película, en la que habla sobre el reacomodo de los reos del penal Ignacio Allende, del puerto de Veracruz, ya que este iba a cerrar. Pero, curiosamente, una vez desalojados los reos, al poco tiempo se realizaron grabaciones para una película dirigida por Mel Gibson. 

Llevando a la autora, con base en sus fuentes, a contarnos como en el cast se encontraban ex prisioneros y reos que pareciera aprovecharon este momento para negociar su libertad (obvio, no de forma legal) y, lo peor aún, policías en activo a quienes sólo les dijeron que irían a una misión especial. Una en la que lo principal no era salvaguardar la integridad del pueblo. 

De ahí damos salto a la segunda parte: Fuego, compuesto por dos crónicas: la primera El corrido del quemado en el que la autora nos habla sobre Rodolfo Soler, un hombre alcohólico a quien lincharon y quemaron en Tatahuicapan por violar a una mujer y asesinarla en el río. Motivados por este hecho y con el historial de Soler, quien ya había sido detenido en múltiples ocasiones por hostigamiento y acoso de mujeres, quedando siempre libre porque las autoridades lo consideraban como el loco o el borracho del pueblo, llevó a que los pobladores votaran por dejar el caso en manos de las autoridades o hacer justicia por propia mano. Llevando así a la decisión de lincharlo. 

La segunda crónica, es tal vez, la crónica más personal y profunda de la autora:  La casa del Estero. En esta la autora nos cuenta sobre su primer esposo y la belleza que tenía en la forma de contar historias. Donde todo comienza por la pregunta de qué era lo más terrorífico que les había pasado antes de conocerse.

Llevando así al protagonista a contar sobre aquel proyecto de hotel o restaurantes abandonado y que para la juventud se convirtió en el sitio ideal para sus juergas, con lo que el primer esposo de Fernanda nos cuenta, a través de varios años, como este estado tiene pasajes que podrían entrar sin problemas a alguna novela de Stephen King, o H.P. Lovecraft. 

Acercándonos también a que Melchor nos cuente sobre el espiritismo, otra de sus grandes aficiones y el ocultismo, detallando cómo convergen en Veracruz la religión y la brujería, principalmente, del pueblo de Catemaco. 

Saltando así a la tercera y última parte, titulada: Sobras. En el que la autora aborda hechos más actuales (en el año en el que las crónicas fueron escritas). A través de cinco crónicas la autora nos muestra el terror. Nos reafirma que Veracruz no es Miami. 

Comenzando con la crónica No se metan con mis muchachos, en la que nos habla sobre el primer vendedor de piedra o crack en el puerto de Veracruz y cómo es después desplazado por el poder del grupo delictivo Los Zetas, quienes comienzan a tomar el control del estado, mostrando incluso su poder amenazando al líder de la policía del municipio. 

Saltando a la segunda crónica Un buen elemento en el que el tema central es la pérdida de trabajo y la falta de oportunidades en el estado de Veracruz, y más aún para personas con educación básica. 

Lo que llevó a que muchos pobladores de este estado se acercaran al grupo criminal en expansión de esos años: la gente de la última letra. Quienes aún eran liderados por Tony Tormenta, siendo el brazo armado del Cártel del Golfo. Mostrándonos como el Fito, un joven corpulento, sencillo y noble entra en este camino después de perder su trabajo y teniendo a su esposa e hija que alimentar. 

Dando un salto repentino de no tener nada a ahora estar la mayor parte del tiempo fuera del estado y con pocas posibilidades de ver a su hija. Ya que demostró ser un buen elemento. 

Saltando así a la crónica Insomnio. En la que después de una noche en la que una familia fue despertada por una balacera, dentro del residencial en el que viven, la esposa y madre de esta triada no vuelve a encontrar la tranquilidad y recuperación de cerrar los ojos. Al contrario, sus párpados cerrados se convierten en proyectores que, como si fuese un loop infinito, replican las imágenes de esa noche en vela.

Mostrándonos así la condición adquirida por diversas personas a partir de que los enfrentamientos entre el Ejército Mexicano y los grupos delincuenciales se volvieron cada vez más frecuentes. Y en el que incluso se llegaron a detonar granadas o se llegó a dejar cuerpos desmembrados en aquellos residenciales donde vivía sólo gente adinerada. Personas a las que no se les preguntaba la adquisición y generación de su fortuna sino la solvencia que tuvieran para pagar.

Llevándonos así a La vida no vale nada en la que la autora de Falsa liebre nos cuenta sobre una pareja de abogados que en el sexenio de la “guerra contra el narco” mientras buscaban casos para mantenerse a flote fueron invitados por un líder de un cártel para hablar de negocios. En los que la pregunta era: ¿o estás conmigo o no llevas casos que tengan que ver con mis intereses y con mis trabajadores? 

A los que esta pareja de licenciados respondió con una negativa de unirse a las filas de una organización en expansión pero que aprisionaba de tal forma que no había otra forma de salir más que con los pies por delante. 

Obteniendo como resultado una respuesta cálida del capo, advirtiéndoles que sí se veían inmiscuidos en algún caso donde se cruzaran sus intereses serían ellos quienes perderían la vida. Esa que para este tipo de personas hace tiempo no vale nada. 

Cerrando este libro con la crónica que también demuestra quienes controlaban el estado: Veracruz se escribe con Z, siendo este texto un collage de voces, como si de una novela coral se tratara, en el que los testimonios daban muestra del infierno que vivían a partir de la llegada de uno de los grupos criminales más sanguinarios de la historia del México contemporáneo. 

Mostrando que de aquel sexenio en el que estalló la violencia en el país aún quedan estados, víctimas, victimarios y autores con muchas cosas que decir…

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